Mi recuerdo menos favorito de la secundaria es que perdí al amor de mi vida por ser un poco impaciente.

Mi recuerdo menos favorito de la secundaria es que perdí al amor de mi vida por ser un poco impaciente.

La lección de vida que más me dolió: cómo perdí mi computadora por impaciente.

yo era la niña intensa del salón

Para quienes no me conocen, yo era esa niña «castrosa» del salón: la favorita del profesor, la que peleaba por atención y por cada felicitación. Sí, esa era yo. Siempre buscando destacar, especialmente en la clase de programación, porque amaba programar con locura.

En mi último año de secundaria, llevaba mi propio ordenador al colegio porque estaba completamente obsesionada con la informática. Esto me ayudó a tener una excelente relación con mi profesor de laboratorio y programación. Era la alumna que terminaba los proyectos a la velocidad de la luz y que siempre quería mostrarle mis avances al profesor, incluso mientras él hablaba con otros compañeros.

El error que lo cambió todo

Un día, como de costumbre, terminé mi proyecto rapidísimo y fui a mostrarle mi trabajo al profesor. En lugar de esperar sentada, fui hasta él con mi laptop portátil. La coloqué, sin pensar mucho, encima del monitor de una de las computadoras del laboratorio.

Y ahí ocurrió.

Un compañero me llamó, me giré… y vi cómo mi laptop comenzó a deslizarse lentamente. En cuestión de segundos, cayó al suelo, se dobló y se cerró de golpe. Sentí cómo el mundo se me venía abajo. Esa computadora era mi vida. Literal.

Lo que aprendí entre lágrimas y pantallas rotas

Aunque tenía otra computadora, era mucho menos potente. Logré terminar el año con ella, pero no fue lo mismo. La caída no solo dañó la carcasa, sino que dejó la pantalla completamente blanca. Solo pude recuperar los archivos convirtiendo el disco duro en uno externo.

¿La reflexión? Aprendí una lección muy dolorosa: la impaciencia tiene un precio alto.

Lecciones que me dejó perder mi computadora

Después de ese incidente, mi forma de ser cambió. Aprendí a:

  • Tener más paciencia.
  • Esperar mi turno.
  • No estar encima de los demás buscando validación.
  • Cuidar más mis cosas, especialmente las que fueron difíciles de conseguir.

Esa computadora fue un regalo de mi madre, conseguido con mucho esfuerzo. Aunque ya tenía otra, no era ni la mitad de buena, y afectó mi rendimiento. Aun así, seguí siendo una buena estudiante porque la programación era mi pasión, pero ya con una actitud más relajada.

Un cierre agridulce pero necesario

Cuando llegué a casa ese día, entré en shock al confirmar que mi computadora ya no servía. Se lo conté a mi mamá y, gracias a Dios, no se molestó. Me apoyó, como siempre lo ha hecho. Usé la computadora de repuesto durante mis primeros años de universidad y, aunque fue un suplicio, me sirvió.

Hoy en día tengo una computadora que me funciona perfectamente (bueno, ahora la usa mi hermano). Yo ya soy otra persona: más tranquila, más cuidadosa… especialmente con mis equipos.


No seas impaciente, respira y espera

Si eres tan intensa como lo era yo, esta historia es para ti. Aprende de mis errores: espera tu turno, respira, y cuida tus cosas. Tu yo del futuro (y tu computadora) te lo agradecerán.

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